Bassanio, noble ciudadano de la República de Venecia, buenavida y botaratas, se ve en necesidad de tres mil ducados para seguir cortejando a Porcia, dama distinguida -y todavía más bella-, heredera de apetecibles riquezas. Su mejor amigo, el influyente mercader Antonio, se une solidario a tan justa causa y acude donde el judío Shylock, usurero que se muestra dispuesto a soltar la suma pero con una cláusula perversa, que nadie se toma en serio: si los ducados no son devueltos en el término acordado, el prestamista tiene derecho a rebanar una libra de carne de la parte más pulposa del cuerpo de Antonio. Así, Bassanio consigue sus propósitos y el asunto parece olvidado, hasta que llega la noticia de que los barcos de Antonio han naufragado y con ellos sus riquezas; sobreviene la ruina, se vence el plazo y el implacable judío exige su pago y bien pesado.
Egoísta, práctico, sombrío, Shylock es el gran personaje de la comedia shakespeareana; podrá inspirar pavor y aversión, pero también una extraña simpatía por su alegato, que no por ser su objeto repulsivo deja de parecernos justificado y legítimo.